Noticias | 20 mayo, 2024

Reflexiones por el día de la diversidad cultural

Foto: Diairo El Comercio
Escrito por Juan Carlos Callirgos -Investigador CISEPA-

Hasta hace pocos años, la diversidad cultural era vista como un obstáculo para la conformación de Estados nación unificados y viables. En América Latina, en particular, entre los siglos XIX y XX se pensó que la heterogeneidad cultural y lingüística debía trascenderse. Un Estado nación moderno debía seguir lo que las élites veían como principios y valores universales: se construyeron instituciones similares a los Estados europeos, que operaban en un único idioma oficial y en base a concepciones culturales que resultaban ajenas a aquellos “otros”, culturalmente diferentes. Es más, el Estado debía trabajar incesantemente para eliminar la diferencia y así lograr la ansiada unidad y homogeneidad. El ejercicio de la ciudadanía excluía concepciones y prácticas culturales, así como identificaciones étnicas, no-occidentales: alcanzar la ciudadanía plena requería despojarse de todo rasgo cultural no-occidental. Se pensaba que, una vez desaparecidos los rezagos de un pasado que debía superarse, se tendría la vía libre hacia el deseado progreso y la modernidad nacional.

En las últimas décadas, ese panorama ha ido variando. Los Estados nación han ido reconociendo la diversidad cultural, inclusive en sus constituciones nacionales, y han incorporado cierto pluralismo en su funcionamiento jurídico, educativo y de los sistemas de salud. América Latina, donde predominaban los discursos que definían a nuestros países como “mestizos” y “síntesis vivientes”, y que era pensada como una región en la que a través de la historia se había producido una envidiable y excepcional integración; ahora se encontraba en la vanguardia del reconocimiento de la diversidad. El cambio no sólo se expresa en los cambios constitucionales, que llegan a definir a los países como multiculturales, pluriculturales o plurinacionales, sino también en la adhesión a tratados y convenios internacionales, como el Convenio 169 de la OIT, que ha sido ratificado por 24 países de todo el mundo; 16 de ellos latinoamericanos.

Nuestros países ahora no sólo reconocen la diversidad, sino que parecen celebrarla: una revisión de los videos de las marcas-país latinoamericanas hace notar que, junto con la diversidad geográfica, la diversidad cultural y “racial” es uno de los elementos más mencionados para publicitar nuestros países: se nos dice que debemos sentirnos orgullosos de nuestra riqueza cultural y la nación ya no es imaginada como una comunidad horizontal de ciudadanos iguales, sino como una comunidad plural que contiene comunidades culturalmente diferentes. También se promueve la exhibición de repertorios culturales comercializables y rentables. La “autenticidad” cultural es certificada mediante procesos de patrimonialización, exhibida y vendida: se promueve una lógica empresarial que invita a la gente a performar y producir mercancías culturales para así insertarse en la economía del capitalismo cultural. La diversidad cultural, entonces, es aceptada y celebrada mientras se limite a ser un mecanismo de inserción en el mercado. Se promociona un país diverso que reconcilia la tradición con la modernidad y se invita a los “otros” a unirse al mercado. El concepto de “cultura” queda reducido a atributos tangibles que tienen un valor monetario y queda vaciado de política: es arte, estética, “pureza”, exotismo, materializada en objetos, cuerpos o performances de diverso tipo. Así, se promueve lo que algunos observadores han llamado “el indio permitido”, ese otro cercano al buen salvaje: un ser inofensivo que encarna “la alteridad” y la “diversidad”, pero que además puede convertirse en empresario que produce mercancías culturales y contribuye a solidificar la “marca” del país. Las corporaciones e instituciones de todo tipo también se adecúan a los nuevos tiempos y muestran su apertura a la diversidad en sus productos y estrategias de publicidad, permitiendo, además, que los consumidores también nos presentemos, en nuestras propias estrategias de marketing, como sensibles a ella. Las élites se apropian, por ejemplo, de palabras en lenguas originarias o de creaciones culturales de grupos subalternizados, descontextualizándolas para su propio marketing y beneficio personal.

El 21 de mayo ha sido nombrado por la UNESCO el Día Mundial de la Diversidad Cultural para el Diálogo y el Desarrollo. En su página web, las Naciones Unidas recuerdan que la diversidad cultural representa el 3,1% y el 6.2% del empleo a nivel mundial. La diversidad cultural, se nos dice, tiene un “valor” dentro de una lógica economicista para la cual sólo vale lo que es cuantificable o se vende y consume y, por ello, tiene un precio en el mercado. Podemos, sin embargo, resignificar este el día de la diversidad para pensar en el valor de aquellas personas y pueblos –indígenas y afrodescendientes— que han sido víctimas históricas de despojo, explotación, esclavitud y discriminación y que aún son considerados ciudadanos de segunda categoría. Podemos pensar en aquellos y aquellas para quienes “ser diversos” ha significado menor acceso a recursos materiales y simbólicos. También en el valor de sus epistemologías y conocimientos. Podemos reflexionar sobre aquellos pueblos que enfrentan amenazas de etnocidio, pero también de desaparición física como consecuencia del daño ambiental que producen algunas actividades económicas. Sobre los efectos del racismo estructural y cotidiano sobre ellos. Podemos recordar que los “otros” también actúan políticamente, aunque en esos momentos se les considere seres “salvajes” o manipulados malévolamente. Tal vez la mejor manera de aprovechar la fecha, en definitiva, sea pensar en maneras de reparación y justicia para que nuestros países brinden vidas dignas para todos y todas.
Escuela de Investigadores