Noticias | 27 marzo, 2020

La cuarentena en modo celebratorio: La clase media se queda en casa

por Gisela Cánepa

-Investigadora CISEPA-

Hace algún tiempo vengo afirmando que los peruanos nos encontramos en una suerte de modo celebratorio de la nación, de sus recursos y diversidad, y de las figuras que encarnan los valores del emprendimiento peruano, así como de todos aquellos ciudadanos que son sus iniciativas individuales o colectivas contribuyen con el desarrollo del país. Digo modo, porque se trata de una disposición modelada y facilitada, entre otros, por dispositivos del marketing y de los redes sociales que toman la forma de tendencia; es decir, de un conjunto de discursos, afectos y prácticas que se viralizan y se manifiestan como expresión colectiva de distinta intensidad en coyunturas particulares como, por ejemplo, la participación del Perú en el mundial de futbol Rusia 2018 o en el marco de campañas como las de la marca Perú; o las de solidaridad nacional como #PeruUnaSolaFuerza, dirigidas a atender las emergencias causadas por las inundaciones ocurridas en febrero de 2017 en la costa norte del país. Cabe preguntarse entonces si este modo celebratorio se manifiesta y de qué manera, en el mandato de cuarentena a nivel nacional que, si bien se sustenta en el decreto supremo de estado de emergencia, se invoca a través de un llamado a participar en una tendencia, una corriente, un movimiento: #YoMeQuedoEnCasa.

Quedarse en casa y sobrevivir en el intento requiere de un trabajo y dedicación intensos y cotidianos que alteran nuestras rutinas y espacio doméstico. Comprende una serie de acciones que transitan entre el mundo real y virtual como cuidar de sí mismo, seguir educándose y trabajar desde casa. Para eso se cuenta con información y consejos que se comparten en las redes, compañía y solidaridad que se viven de forma remota, y de la iniciativa de individuos y empresas que proveen los recursos tecnológicos y contenidos culturales para poder hacerlo. En otras palabras, la cuarentena nos protege del contagio masivo, pero también nos sirve para poner en práctica, ensayar y perfeccionar, lo que, en un escenario de probabilidades, parece consagrarse como el estilo de vida de una clase media global que, aunque heterogénea, se configura y sostiene en torno al consumo cultural y la producción de contenidos. Sobrevivir al coronavirus dependerá de la capacidad de encarnar en alguna versión posible el referente ideal implicado en el llamado a quedarse en casa; esfuerzo que solo una porción minoritaria esta en condiciones de llevar a cabo con éxito.

Una manifestación local de las rutinas en tiempos del COVID-19 son las diarias emisiones televisadas, conducidas por Vizcarra acompañado de autoridades de gobierno y expertos. Diariamente se nos comunican las cifras relativas al coronavirus, así como de los detenidos por no acatar la cuarentena o el toque de queda. El gobierno ejerce así vigilancia sobre la expansión del virus y la conducta irresponsable de sus ciudadanos al mismo tiempo. Distingue entre ciudadanos solidarios y responsables con su propia salud y con la del país, y los que no lo son, adjudicando a los primeros una condición moral y política diferenciada que emana de su desempeño ciudadano y no de derechos adquiridos (recordemos que nos encontramos en un estado de excepción).

De otro lado, la rápida acción del estado peruano, consignado en cifras que hacen seguimiento de la performance de los estados frente a la crisis sanitaria a nivel global, es celebrada e interpretada como un modelo a seguir, por ejemplo, en campañas de solidaridad de distinto tipo en apoyo a personal médico o a los trabajadores encargados del recojo de basura. Esta información, sin embargo, distorsiona el hecho que la rapidez y las medidas drásticas tomadas en comparación a otros países que están en capacidad de instaurar el protocolo de seguridad sanitaria de manera selectiva para aminorar el impacto económico y las restricciones a la libertad de tránsito y reunión (Corea del Sur, Alemania, Suecia, etc.), se deben en realidad a las terribles condiciones de nuestro sistema de salud pública y privado (falta de infraestructura, recursos sanitarios y médicos, personal, tecnología), y la naturaleza endémica del estado de salud de los peruanos (tuberculosis, dengue, altos índices de contaminación).

Esta celebración de los logros alcanzados, a los que las apariciones diarias del presidente Vizcarra dan una intensidad dramática y contribuyen a ser vividos como logros colectivos, encuentran un clímax todos los días a las 8:00 de la noche, cuando en algunos distritos de Lima los vecinos asoman por sus ventanas o balcones y aplauden en reconocimiento a todos aquellos que hacen posible “quedarse en casa”. Los aplausos son acompañados de bandas sonoras con el himno nacional y vivas por el Perú. Se trata ciertamente de expresiones de solidaridad, y de la búsqueda de comunicación presencial, pero es también una manifestación celebratoria de la pertenencia a una nación y a una clase.

Más allá del objetivo inicial del llamado a quedarse en casa y de la cualidad celebratoria que moldea la experiencia de la cuarentena, es importante considerar que su implementación también funciona como un mecanismo de exclusión social y moral de una gran parte de la población nacional que no cuenta con las condiciones para desenvolverse de acuerdo a lo que el llamado a la responsabilidad del cuidado de la vida misma exige en las condiciones actuales. ¿Está el gobierno peruano en condiciones de paliar las consecuencias de esa exclusión? El escenario probable que se presenta después de que sobrevivamos al virus es preocupante. Pero en toda fase de confinamiento, propia del periodo liminal de los rituales de pasaje discutidos por V. Turner, está implicada la posibilidad de la transformación. Celebremos entonces porque eso nos anima a enfrentar los retos inmediatos, pero aprovechemos también de la oportunidad para imaginar y aspirar lo que A. Appadurai denomina futuros posibles, más autónomos, inclusivos y justos.
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