Noticias | 28 abril, 2020

Espacios de cuarentena comunal en zonas rurales andinas

Por Guillermo Salas

-Investigador CISEPA-
 

En las últimas semanas hemos visto con alarma, a través de redes sociales y de reportajes, la dura situación de nuestros compatriotas que se esfuerzan por retornar a sus lugares de origen. La información emerge principalmente desde Lima de aquellas personas y familias que desaparecidas sus fuentes de ingresos y acabados totalmente sus ahorros y se ven literalmente en la calle - sin bonos, canastas de alimentos, ni techo - ante las diferentes prórrogas de la cuarentena.

Ojo Público reporta que para el 25 de abril, el agregado de quienes han pedido a sus gobiernos regionales apoyo para retornar desde otras regiones – no solo desde Lima - asciende a más de 167 mil ciudadanos y que de estos solo el 2.6% (4461) habían logrados ser trasladados a sus regiones. De acuerdo a al mismo informe, el principal cuello de botella que explica este bajo porcentaje es la dificultad de los gobiernos regionales para implementar espacios de acogida de modo de mantener en cuarentena a los retornantes, tal como lo establece la Resolución Ministerial 097-2020 PCM.

Frente a esta situación, muchos han decidido continuar su camino a pie las grandes distancias que los separan de los lugares adonde buscan retornar, lo que los enfrenta a condiciones extremadamente difíciles y riesgosas no solo para su salud si no para su misma sobrevivencia.

Si bien se ha resaltado los muchos retornos desde Lima, este es un escenario que involucra a todas muchas regiones tanto como zonas de origen como de destino de retornantes. Hay, solo por mencionar pocos ejemplo, huancavelicanos en Cusco, cusqueños en Arequipa, apurimeños en Ica entre las muchas combinaciones de migración estacional que conectan las distintas regiones del país.

Dada esta dramática situación, el Bono Familiar Universal a implementarse esta semana, ciertamente podría aliviar en algo el sufrimiento de quienes se encuentran en esta situación siempre que su distribución suponga la flexibilidad de cobrarlo fuera de la jurisdicción del domicilio legal. Más allá de este, es urgente brindar asistencia en el traslado seguro y una cuarentena adecuada de quienes han emprendido el retorno. Los intentos desesperados de caminar cientos de kilómetros no solo ponen en grave riesgo a quienes han emprendido el camino a pie si no que también suponen el peligro de contagio para las poblaciones a las que se dirigen.

Dada esta emergencia las escuelas y colegios podrían ser rápidamente adecuados como espacios donde estas familias puedan ser acogidas temporalmente mientras se aplican pruebas rápidas, se establecen espacios de acogida adecuados en las regiones y se organiza la logística del traslado. Otros espacios disponibles podrían ser las iglesias.

Si bien las realidades de las personas que han emprendido estos retornos son muy heterogéneas  y no se puede asegurar que todas ellas provengan de zonas rurales, es muy probable que este sea el caso en un alto porcentaje. La ola de retornantes a las regiones está profundamente vinculada a la articulación entre ciudades que proveen de oportunidades de trabajo remunerado – ciertamente en condiciones muy precarias – a personas que no las hallan en los espacios rurales donde han crecido y donde se encuentran sus redes familiares mas densas. Lo que sigue discute el escenario rural en las zonas andinas.

El escenario actual de interrelación entre espacios rurales y urbanos es muy diferente de aquel de la migración de la segunda mitad del siglo pasado estudiada en los ochenta por numerosos antropólogos, entre ellos Matos Mar y su ahora invocado Desborde Popular y Crisis del Estado a raíz de estos duros intentos de retorno.

En el escenario actual estamos frente a un país mucho mejor articulado en términos de medios y vías de comunicación y servicios de transporte, que además ha sido moldeado por algo más de dos décadas de crecimiento económico que ha ampliado el alcance del mercado y ha beneficiado, ciertamente de forma muy desigual, a muchos hogares. En este escenario tenemos que una buena proporción de hogares rurales andinos han continuado su producción agropecuaria en gran medida orientada al autoconsumo pero han incrementado notablemente sus ingresos monetarios principalmente a través de actividades no agropecuarias: minería informal, turismo, artesanías, trabajo estacional en agroexportadoras o en la economía informal de las ciudades. Lo que tenemos en la actualidad son familias que constituyen redes conectando espacios rurales y urbanos de una manera densa y fluida a lo largo y ancho de todo el país. Antes que migración podemos hablar más propiamente de movilidad. (Para una discusión sobre esto ver esta ponencia de balance de Alejandro Diez).

Estas redes son heterogéneas, con diferentes niveles de interdependencia y éxito en sus articulaciones con actividades remuneradas en espacios urbanos o asociados a economías monetarias. Estas son estrategias familiares que combinan de múltiples formas los recursos que provienen de las actividades agropecuarias y de aquellas remuneradas. Ambos polos son importantes en su viabilidad. La producción agropecuaria si bien brinda algunos ingresos monetarios, es importante para proveer una serie de productos agrícolas para el autoconsumo familiar importantes para la reproducción familiar a pesar de las bajas remuneraciones monetarias en las economías informales de las ciudades. Estas últimas, a su tiempo, son cruciales para permitir el consumo de todo aquello que la producción agrícola no provee y que es indispensable para la reproducción familiar y el incremento del capital social y cultural de los hijos: proveer de vivienda, acceso a una serie de servicios y financiar la educación de los hijos en la ciudad. De este modo se puede argumentar que las actividades que pagan sueldos paupérrimos en ciudades son subsidiadas en distintas medidas por la agricultura familiar campesina. Esto adicionalmente a proveer a las ciudades de alimentos baratos.

Es bien conocida la resiliencia de la economía familiar campesina en contextos de crisis de la economía capitalista, como al que estamos entrando ahora. Siendo tanto una unidad de producción como de consumo de su propia producción, la familia campesina puede retraerse del mercado y continuar garantizando la reproducción familiar. Obviamente esto tiene un costo grande en el contexto actual, en el que las familias rurales han venido incrementando sus ingresos monetarios y su consumo urbano. Así aun, esta garantiza casa y sustento para un cierto número de familiares.

Lo que ha pasado con la cuarentena, y sobretodo con sus extensiones, es que muchas de estas densas redes han sido quebradas. Quienes estaban en sus extremos urbanos más precarios saben que hay un abismo entre la austera seguridad del hogar rural y el desempleo urbano en tiempos de crisis.

Los casos dramáticos de familias caminando en la Panamericana o en la Carretera Central solamente son los casos más visibles de un proceso mucho más amplio y que se viene dando a distintas escalas. Es muy probable que este esté ocurriendo a un nivel micro de una manera mucho más amplia y profunda. Es esperable que esto venga sucediendo a nivel provincial e interprovincial como, por ejemplo, con muchas de las familias que han venido viviendo del turismo en la ciudad del Cusco y cuyos ingresos han desaparecido de un momento a otro. Algo de este retorno debe estar siendo contenido por los controles de carreteras, pero parece obvio también que estos controles siempre son porosos y que la necesidad hace que las personas se ingenien las formas de burlarlos. De este modo, estamos frente a un retorno a zonas rurales que va a sufrir una presión adicional para mantener directamente a una mayor población. Dado este escenario es necesario el apoyo económico para estos hogares que enfrentarán no solo la pérdida de ingresos monetarios urbanos sino también una mayor cantidad de bocas que alimentar.

Paradójicamente, en un contexto de quiebre de redes urbano-rurales por la cuarentena y de la crisis económica que se viene, la resiliencia de la economía familiar campesina estaría indirectamente acelerando la llegada del virus a los hogares rurales andinos.

Es obvio que si la llegada del virus a las ciudades viene causando estragos en nuestro precario sistema de salud, sus efectos serán devastadores en sectores rurales alejados de ciudades, sin servicios de salud que puedan atender estos casos, sin sistemas de transporte que garanticen una evacuación oportuna a hospitales que en gran medida ya estarán desbordados.

Al principio de la cuarenta hubo reportajes de comunidades campesinas cerrando sus territorios a foráneos, recurriendo al aislamiento como una forma de protegerse del virus. Estas medidas, si bien pueden ser impuestas con relativa facilidad frente a extraños es poco probable que puedan ser mantenidas frente a los hijos del pueblo que retornan a sus familias y a sus tierras. En este escenario parece en gran medida inevitable que los familiares expulsados por la cuarentena y luego por la crisis de las ciudades lleguen al campo, y con algunos de ellos llegue el virus.

Debido a esto y adicionalmente a todos los esfuerzos estatales de brindar transporte y cuarentena adecuada a los retornantes, es importante implementar estrategias de atención a los casos de contagio en sectores rurales que incluyan la aplicación de pruebas, aislamiento de contagiados y evacuación de casos críticos de modo que se evite la propagación del virus debido a la llegada de personas que no vinieron con transporte regulado y no pasaron un aislamiento al llegar.

Asociados a estos esfuerzos estatales y como última línea de defensa de las comunidades rurales frente al virus, sería oportuno promover que las comunidades mismas organicen espacios de cuarentena para sus retornantes, sobretodo para aquellos que no hayan estado aislados por catorce días o que estén retornando de ciudades próximas sin haber pasado pruebas de descarte. Para esto es indispensable una provisión de información sencilla y clara para implementar en colegios, escuelas, iglesias y locales comunales espacios de cuarentena donde los retornantes permanezcan aislados de sus parientes y del resto de la comunidad por este periodo. Para esto se pueden usar medios de comunicación regionales, usando idiomas indígenas en contextos pertinentes. Adicionalmente es importante brindar a las comunidades elementos indispensables para esta implementación: mascarillas, suficiente provisión de jabón, alcohol en gel donde hubiera dificultades de acceso al agua en estos locales, entre otros. Aquí el rol de los gobiernos regionales y municipales es importante. Si bien la implementación de estos espacios implica un considerable reto, las organizaciones comunales a lo largo de los Andes han mostrado largamente su fortaleza y eficacia en contextos difíciles. Con la adecuada información y el soporte de gobiernos regionales y municipales, es posible implementar estos espacios de cuarentena comunal para recibir adecuadamente a los parientes y paisanos que más temprano que tarde empezarán a llegar de las ciudades.    
Escuela de Investigadores