Noticias | 24 enero, 2024
El poliedro de la educación
Foto: Innovación EducativaEscrito por Martín Santos -Investigador CISEPA- En las sociedades modernas contemporáneas la educación formal debe ser conceptualizada como un poliedro con múltiples aristas: forma a los estudiantes mediante la enseñanza de conocimientos, habilidades y competencias asociados al currículum oficial; socializa al inculcar valores, actitudes y hábitos de conducta; y selecciona, al clasificar a los estudiantes y encauzarlos hacia trabajos de diferente calificación y prestigio en la estructura ocupacional y de clase (la escuela como sorting machine).
Ahora bien, la complejidad del fenómeno educativo va más allá de esto. Así, las escuelas no solo son un espacio de “transmisión”, sino de producción de conocimientos; contribuyen a la reproducción del orden social (estructura de clase) y cultural (mediante el currículum oculto inscrito en las rutinas de clase), pero también posibilitan su cuestionamiento, al ampliar los horizontes de los estudiantes. De hecho, la educación puede ser considerada una arena de lucha por el control y modificación de los sistemas primarios de clasificación (clase, género, “raza”, entre otros) con los cuales se aprehende el mundo social. De un lado, contribuye a naturalizarlos y legitimarlos, pero de otro, brinda herramientas o categorías, como las nociones de “derecho” o “discriminación”, que permiten cuestionar su potencial carácter jerarquizador o discriminador.
Desde el plano de los individuos, la educación “revoluciona” las expectativas. Esto es así porque el acceso a una mayor educación está asociado a la posibilidad de “progreso” y movilidad social, promesa cumbre de las sociedades modernas. Esta movilidad social implica, en un único y mismo movimiento, igualación y diferenciación. Igualación de aquellos que comparten un mismo nivel educativo, y diferenciación de aquellos que no lo hacen. Incluso, existe una diferenciación horizontal al interior de un mismo nivel educativo (por ejemplo, en la educación superior). Es más, no solo se establecen diferencias, sino jerarquías sociales (por ejemplo, persona educada/persona no educada), las cuales pueden ser la puerta de entrada a posibles prácticas discriminatorias.
Pero la educación “empodera” a los individuos no solo en virtud de la posibilidad de la movilidad social (mejora en los ingresos u ocupación con respecto a los padres), sino gracias a la adquisición o refuerzo de un capital cultural (habilidades, competencias, saberes, credenciales educativas) que se convierte en una herramienta cognitiva positivamente valorada en las diferentes esferas de la sociedad. Si bien esta adquisición está mediada y limitada por los orígenes sociales (clase), las escuelas tienen el potencial de atenuar el peso de estos orígenes.
La educación en el Perú: eje estructural, mito movilizador, línea jerarquizadora y forma de liberación social
A lo largo del siglo XX, la educación ha tenido un papel central en la construcción del Estado-Nación por parte de las élites políticas, y en la constitución de la sociedad peruana. La expansión de la educación fue pensada por aquéllas como una solución para los grandes problemas del país: supuestamente contribuiría a la integración nacional y a la modernización económica. El gran mito movilizador de alcance nacional en el Perú no ha sido el del mestizaje, como en Brasil o México, sino el de la educación.
En las primeras décadas del siglo XX, la educación se convirtió en un elemento central de la definición cultural (por contraposición a “biológica”) de la raza. El acceso a la educación (algo adquirido) podía transformar la “raza” (definida en términos de cualidades “internas” como la moralidad e inteligencia) de los individuos. Ahora bien, con el transcurrir del siglo XX, la educación pasó a tener un peso propio en la definición del status social de las personas, más allá de consideraciones raciales. En particular, se convirtió en un criterio para establecer diferencias y jerarquizar a los no-educados (“ignorantes”) o analfabetos. La contraparte del carácter diferenciador y jerarquizador de la educación fue su potencial liberador para los de “abajo”: el acceso a la educación (lectura y escritura) hacía posible liberarse de relaciones serviles (“indio leído, indio perdido”), propiciaba la acción colectiva contenciosa, permitía cuestionar jerarquías y defenderse de maltratos o abusos. La educación movilizaba a los de “abajo” porque se la asociaba con el progreso y la movilidad social. Entonces, en la experiencia histórica peruana el carácter ambivalente de la educación es un dato fundamental a tener en cuenta: (re)produce jerarquías; pero también las erosiona; contribuye al mismo tiempo a su naturalización y desnaturalización.
El sistema educativo peruano: no solo carencias, sino también fortalezas
El sistema educativo se ha venido expandiendo a lo largo del siglo XX: primero en la educación básica (primaria y secundaria) y posteriormente en la educación superior. Según el Censo Nacional de Población y Vivienda del 2017, el 35% de la población tenía educación secundaria, y el 26% alguna forma de educación superior. Asimismo, según la Encuesta Nacional de Hogares del 2022, el 25% de los Jefes de Hogar había accedido a alguna forma de educación superior. Como sabemos, estas tendencias nacionales coexisten con brechas de clase, género, lengua, región y ruralidad en diferentes aspectos del proceso educativo (acceso, continuidad, graduación). Por ejemplo, en la educación básica, las escuelas rurales tienen una mayor tasa de deserción escolar que sus contrapartes urbanas (INEI, 2022). Esta brecha ha sido consistente antes de la pandemia. Asimismo, más del 90% de hogares rurales carecían de conectividad a internet a inicios de la pandemia (CEPAL, 2020). Con respecto a los aprendizajes, existen brechas de género en la educación básica (MINEDU, 2018-2022). Las estudiantes muestran mejores logros de aprendizaje en comprensión lectora que sus contrapartes varones. Este patrón se invierte en matemática. En la educación superior, según la Encuesta de Deserción Universitaria en Universidades Públicas (2020), las principales razones que llevaron a los estudiantes a interrumpir sus estudios a inicios de la pandemia fueron: económicas (50%), la ausencia o insuficiencia de conectividad a internet (34%), y el acceso limitado a recursos electrónicos en el hogar (28%). En conjunto, estos datos sugieren la existencia de brechas estructurales y duraderas (clase, ruralidad), pero también cambiantes (género).
Ahora bien, en nuestro país la educación (el sistema educativo) suele ser pensada e investigada principalmente en términos de carencias: deficiencias de las escuelas (infraestructura, organizativas, recursos humanos), limitaciones de los docentes (en su formación), y falencias académicas (aprendizajes) y emocionales de los estudiantes. Son más limitados los estudios que tratan de identificar cuáles son los recursos, saberes y competencias que sí tienen y pueden movilizar las escuelas (sus autoridades), los docentes, los estudiantes y los propios padres de familia. En el Seminario “La educación peruana en tiempos de pandemia: no solo carencias, sino también fortalezas” (2022), realizado en la Pontificia Universidad Católica del Perú, se invitó a los ponentes a identificar no solo las carencias, sino también las fortalezas de los diferentes actores educativos. Las diversas presentaciones mostraron que al lado de los resultados desfavorables en los aprendizajes (con respecto a los logros obtenidos antes de la pandemia), se encontraron aspectos positivos y encomiables en el proceso educativo: la escuela se acercó a la familia, y viceversa; las escuelas hicieron malabares y se las agenciaron para aprender sobre la marcha cómo sostener la educación virtual, dadas las dramáticas circunstancias que afectaban a los estudiantes y sus familias; los docentes formaron redes de apoyo formales e informales (Santos & Duffó, 2024), dado que las escuelas (sobre todo las públicas) no siempre estaban en condiciones de proveerles los recursos que necesitaban. Las propias familias de los docentes (hijos e hijas) emergieron como soportes laborales claves de estos, sobre todo en aspectos tecnológicos (digitales). En suma, se trata de ver a todos los actores del entramado educativo no como entidades pasivas, sino como agentes que pueden movilizar los recursos disponibles para mejorar sus capacidades y aprendizajes. Asimismo, es necesario aproximarse a la educación desde una perspectiva histórica que ilumine sus nexos con el Estado, la economía, la política, la cultura, y las múltiples lógicas sociales de los actores.
REFERENCIAS
Santos, M. & Duffó, N. (2024). Las marcas de lo institucional en el funcionamiento de las redes de apoyo: el caso de docentes peruanos en tiempos de pandemia. Redes. Revista Hispana para el Análisis de Redes Sociales, 35(1), 41-66.